Pelando Naranjas by James Lawless

Pelando Naranjas by James Lawless

autor:James Lawless
La lengua: spa
Format: epub
editor: Babelcube Inc.
publicado: 2014-07-07T00:00:00+00:00


Parte III

Interpretando un papel.

España e Irlanda

1966—1973

Me sujeto desesperado a la barra de cromo de un bus abarrotado y atenazando el billete entre los dientes, incapaz de apartar los hilos de sudor que me caen en los ojos. El conductor lleva el vehículo con temeridad. El autobús bambolea cuando este toma curvas cerradas. A algunoso pasajeros se les escapa un grito ahogado.

Me bajo directo al calor de un pueblo llamado Cuadro, en la Costa Brava. Un hombre camina paralelo a mí, en el lado opuesto de la carretera, cargando una maleta. Aparece y desaparece entre remolinos de arena y gravilla, alborotadas por el viento. Parece que tiene veintipocos años, fornido, pelo castaño engominado y patillas largas, estilo Elvis. Me saluda con un gesto de la cabeza. Se le ilumina la cara cuando se da cuenta de que ambos nos dirigimos al albergue juvenil. Es tal y como si hubiese encontrado a un camarada que perdí hace mucho tiempo.

—Wilhem —dice golpeándose la profunda cavidad de su pecho.

—Wilhel... — Intento pronunciar la palabra.

—Willy —dice, golpeándose de nuevo.

—Willy —lo repito y él sonríe.

Señala los músculos de sus brazos e insiste en cargar mi maleta.

Más tarde, en la playa, siento las punzadas de las quemaduras del sol, mientras Willy hace señales en la arena; "brrrr, brrrr", dice, lo que significa, supongo, que es mecánico de profesión. Se acerca a una cabaña de mimbre para comprar Martini y enormes tabletas de chocolate español, que comparte conmigo.

Otros dos alemanes llegan al albergue en un Daimler reluciente. Muchos de los huéspedes, incluido yo (pero no Willy, que extrañamente se mantiene apartado y huraño), nos reunimos envidiosos en torno al coche para admirar la tapicería de cuero, los acabados en cromo y el panel frontal de palisandro. Hablaban inglés americano con fluidez. Cuando ven a Willy, le miran con desdén.

—Nichts gut —dice Willy, sentado enfrente de mí a la mesa. Sujeta una naranja que pela con una navaja de bolsillo. Mueve la cabeza en desaprobación, hacia la mesa en la que los otros alemanes hablan a voces.

De repente, cuando los alemanes se levantan, su cara se arruga en una mueca y parece que va a explotar. No estoy seguro si se debe a la desesperación consigo mismo, al intentar comunicarse conmigo (algo que, como es obvio, para él es de vital importancia); o si se debe a la rabia que le producía que sus compatriotas se estuvieran acercando. El bajo y fornido, Klaus de nombre, le golpea con el codo (deliberadamente, al parecer), en el extenso hueco entre los omóplatos. Willy se levanta de un salto de la silla, aprieta el cuchillo con tanta fuerza que se le marcan las venas. Klaus, que se mantiene firme, le mira con desprecio y le dice: Versuchen Sie es. Willy, derrotado, se vuelve a sentar.

Me gustaría decirle algo al pobre y abatido Willy, para demostrarle compasión, pero no tengo palabras. Suspira y, despacio, se levanta de la mesa. Es como una obra de teatro en tres actos comprimida en unos pocos segundos.



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